No hay llegada al consciente sin dolor- Carl Gustav Jung

jueves, marzo 11

Abismo. Por Mac

Por: Aisllan de Paula (Mac)

Ahí estaba ella, ante la luna llena, al borde del abismo, deseando saltar pero aun así temiendo que podría encontrar en el fondo. El ser humano tiende a aferrarse tanto a la vida en momentos de desesperación que termina sufriendo más de lo debido. Pero ese no era su caso, ella estaba ahí porque así lo quiso y estaba ante el abismo porque era necesario cruzarlo. Quizás tras viajar al fin de todo podría encontrarlo a él, a aquél que la hechizó con el sortilegio más poderoso de todos. Esa magia dada por Lucifer a los hombres, que los convierte en simples marionetas a merced de sus instintos.

Saltaría buscando respuestas a preguntas internas. A sabiendas de que nadie más podría ayudarla a no ser ella misma, pero no le importaba. Ahí estaba, ante el fin del mundo, ante el fin de su ser, temía pero lo lograría. Saltaría, buscando las respuestas inexistentes, al menos en el macrocosmos que la envolvía con sus diez mil tentáculos brillantes. Pero era hora de escapar de estos, había llegado el tiempo de la libertad. Tras una noche de fiebre incesante, ella supo al fin lo que debía hacer, pero el temor es parte de la naturaleza humana y no hay nada más difícil para un animal pensante que superar aquello que es irracional, así como el maleficio del mismo Lucifer hacía los hombres.

Así, tras pensarlo una, dos, tres, cien mil veces, mientras su cuerpo sudaba mares de terror y agonía, decidió saltar. Sus rodillas se doblaron mientras el aire pareció cargarla durante algunos instantes, hacía la luna, hacía las estrellas, pero entonces, el bromista la suelta, dejándola caer, sintiendo como sus pies eran arrastrados hacía la oscura inmensidad infinita. Y así, ella cayó, cayó sin rumbo, rodeándose de tinieblas, la clase de oscuridad que es tan densa que parece tener forma, como una bestia que traga a toda la luz a su paso, llevándose el calor, el color y la vida de todo ser que cae en sus fauces.

Era el fin y ella lo sabía, no habría un mañana, así como jamás hubo un ayer, ni un hoy, solo existe el momento, y el momento era rodeado de la nada. Mientras caía, sentía a su cuerpo desintegrarse en miles y miles de pedazos, como si fuera hecha de vidrio luminoso. El dolor fue inmenso, pues la bestia no perdona, devora lo que esta a su paso, lo que brille. Todo hombre y toda mujer reluce, posee luz propia por ello ninguno está a salvo del terrible fin que aguarda al final de nuestras vidas. Sintió como pedazo por pedazo desaparecía siendo una con el animal hecho de sombras que absorbía toda la luz sin perdón. Era su final, lo sabía, todo había culminado en un solo momento donde descubrió lo que en verdad era. Arrojándose al abismo supo al fin cual era el fin, vio lo que no debía verse y lo que no puede ser visto, temió aquello que creyó ser irreal, para entonces entender que el cuerpo engaña a la mente y esta crea lo que el cuerpo dice.

Tras una serie de jadeos desesperado, aquella mujer empapada en sudor y envuelta en mantos de oscuridad, dio su último suspiro, descubriendo que era la existencia, que había en el fondo del abismo y quien era aquella bestia que aguardaba en el final de todo. El final sin final, el fondo sin fondo, la bestia que devora la luz, la existencia inexistente, descubrió que todo era la mente y la mente moría, al igual que ella en aquellos instantes. Vio que no era ella, era todo y que el todo se encontraba en el fondo de aquél abismo, pero al saltar, la joven no encontró nada…


No hay comentarios: