No hay llegada al consciente sin dolor- Carl Gustav Jung

miércoles, enero 11

Indiferencia.



La vida me resulta sumamente extraña, principalmente desde esta perspectiva, jamás había visto las cosas con tal claridad y a la vez de manera tan borrosa, como si una cortina de niebla cubriese mis ojos, o más bien como cuando me levantaba tras una borrachera. La cabeza adolorida, la vista opaca y las cosas parecían de pronto tan lejanas y molestas.

Hace pensar que quizás la vida es una constante borrachera. Aún recuerdo el momento en que sucedió todo, el momento en el cual pude abrir los ojos y lastimarlos con la luz del sol por primera vez. Fue una mañana como cualquier otra en la cual me levantaba para ir al trabajo, preparé una taza de café negro, lo más cargado posible, guardé mi computadora en la mochila, encendí el auto y me puse en marcha. El paisaje rutinario lucía aun más aburrido aquella mañana, como si los niños jugando en la calle o las señoras regando el pasto sintieran pereza alguna en mostrar alguna emoción.



El locutor anuncia una de esas promociones ridículas recurrentes en la radio y no puedo contener una risita burlona, hasta él parecía opaco esa mañana. El cielo se encontraba cubierto de cargadas nubes grises y sin embargo algo en mí me hizo entender que no habría lluvia ese día, al menos que a mí no me habría de molestar.

Tomo la primera salida hacía la autopista, era la parte que solía disfrutar más del camino hacia el trabajo, el momento en el que pongo mi música, enciendo un cigarrillo y piso el acelerador, como de costumbre lo hice sintiendo mi corazón acelerado mientras escapé de la aburrida vida suburbana por algunos cuantos minutos.

El camino de mi casa al trabajo era de duración mediana, solía tardar de media hora a cuarenta minutos dependiendo del tráfico, esa mañana, el tráfico pareció estar de mi lado, poco a poco sentí el calor del cigarrillo desvanecerse, lo arrojé por la ventana y la cerré en seguida. ¿Es malo ser indiferente? Pero como no serlo si el  mundo lo es hacía ti, o al menos eso pensé aquella mañana mientras el pálido sol golpeaba la ventana de mi carro forzándome a apretar los ojos. Ese brillo incandescente que toma los colores y los sacude convirtiendo todo el camino en una visión onírica.

Y creo que esa es la única forma de explicar lo que vino tras esa curva que tan conocida era para mí y mi viejo coche. Un gran tráiler golpea una camioneta, haciendo que destellos de luz salten sobre el paisaje dorado gracias al sol, fue uno de esos momentos, como cuando un perro te persigue de niño o cuando estás esperando un regaño de tus padres, el tiempo pareció detenerse solo para observar tal escena. Pude ver con claridad el rostro de la mujer que conducía la camioneta, su rostro golpeando el volante y como látigo retrocediendo hacía el asiento, en seguida dirijo la mirada hacía el conductor del tráiler, indiferente, como si la camioneta no existiera. Juraría que de mis labios escaparon algunas cuantas palabras de sorpresa, seguidas por un suspiro, como de esos antes de arrojarse al agua y entonces el chapuzón.

Recuerdo destellos, imágenes sin sentido y la realidad, golpeándome en la cara, el aire, un ave y por último una lagartija, el olor a quemado y muchas ganas de estornudar.

Tras eso, la mañana de la resaca de un auto destrozado y dos personas sin vida en la carretera. Pienso que un momento como esos se impregna como huella en la memoria de cada persona, aún lo sigo reviviendo, a cada instante veo los destellos, la conductora golpeándose contra el volante y la indiferencia de su ejecutor. Lo repasé tantas veces hasta que el rostro del conductor comenzó a borrarse lentamente, deformándose para concluir en una cara muy familiar, justo aquella que veía todas las mañanas observándome mientras me cepillaba los dientes. No había sido el tráiler o la mujer el asesino en esta historia, tampoco había sido yo, pues la mujer lentamente se convirtió en mí, fue la indiferencia. Ella es la  mayor asesina de este mundo, la que trae la resaca.

Pues tras toda una vida embriagado por la indiferencia, cuando esta finalmente termina, la resaca es lo que sobreviene, ver las cosas a través de esa niebla. El conductor del tráiler no murió, siguió conduciendo tomado por un instinto de auto preservación, no lo puedo culpar. El otro cuerpo destrozado sobre la tierra, empapado en sangre, era después de todo el mío, había escapado finalmente de la indiferencia y la muerte mi resaca, la cruda realidad se reveló en una mañana sin importancia alguna, el destino, siempre sabio, descarga las nubes grises sobre los dos cuerpos que yacieron en la autopista, lavando su sangre y calmando la sed, despejando la niebla al fin.


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